La tortura, instrumento esclavista de la era colonial

Por Julio Morejón

La Habana (PL) Sorprende conocer -cuando se investiga a fondo- el papel desempeñado por la tortura durante  el tráfico negrero entre  los siglos XVI y XIX, cuando fue  acompañante imprescindible de la economía colonial de plantación.
Esa expansión de la trata en el Nuevo Mundo, constituyó un objetivo económico estratégico sustancialmente magnífico para los esclavistas de entonces.
La importación de mano de obra esclava evitaba el desgaste de la propia, y agrandaba las arcas coloniales, mientras que las pérdidas por las muertes de los sojuzgados eran financieramente costeables.
Pero para mantener una relación amo-esclavo estable el primero requería emplear mecanismos de sumisión obligatoria y en esto consistía también adoptar una conducta sádica para justificar moralmente que un ser humano perteneciera a otro.
Sería idealismo social observar la trata negrera en esta parte del mundo asociada sólo con el factor ético, pues el componente económico sobresale al estudiar el asunto y resulta imposible desconocer que muchas riquezas creadas entonces en Europa y Estados Unidos chorrean sangre de esclavos africanos.
Para eternizar el status quo desde la base hasta las alturas se empleaba cualquier medio, por muy indigno que fuera. El castigo masivo o la tortura individual se practicaban en forma ilimitada en caso de sublevación y el escarnio físico se convertía, de hecho, en actos de degradación espiritual.
TORTURAS
A partir de 1517 las potencias coloniales comenzaron a introducir en la América gran cantidad de africanos esclavizados.
Primero fueron empleados como fuerza de trabajo en las plantaciones de caña de azúcar en las islas del Caribe, luego también en las haciendas de café de lo que hoy es Brasil y además en las fincas algodoneras del sur de Norteamérica.
Era una migración forzosa arrastrada por inescrupulosos comerciantes de seres humanos y los africanos eran cazados en las sabanas del llamado Continente negro o vendidos por reyezuelos envilecidos.
Pero si bien el siglo XVI marca un período siniestro, pues los cargamentos de hombres fueron en aumento, su utilidad impuso una relación de sujeción, a la cual se aferraba el amo por una parte, mientras que el esclavo se orientaba en dirección contraria,  hacia su liberación, que muchas veces no alcanzó.
A fin de evitar la total  ruptura de esa relación antagónica, el uso del cepo, el látigo, el encadenamiento resultaron métodos frecuentes en las haciendas, donde los medios de castigo permanecían a la vista de la dotación como una amenaza perenne para que evitara todo desliz.
La práctica de la tortura alcanzó un alto grado de perversa animosidad y refinamiento durante los 300 años que duró la trata negrera.
Un artículo de Marisol Rodríguez Tarazona hace referencia a cinco de las peores torturas aplicadas contra los esclavos en el pasado: el tronco, la máscara, el bloque, el mundo gira y el gargalheira.
La máscara:
Se utilizaba a menudo para castigar a los esclavos que robaban caña o melaza para alimentarse. Era un artefacto de hierro unido a la cabeza y el cuello del castigado, y sólo podría retirarlo el capataz o el dueño de la dotación.
El tronco:
Era uno de los más crueles castigos contra esclavos rebeldes y consistía en atar con grilletes y cadenas al esclavo a un tronco recto de poco más de dos metros de altura y propinarle latigazos. La tortura  era un espectáculo y el látigo rajaba la piel de la espalda y fracturaba las piernas del castigado.
El bloque:
El bloque consistía en un tronco de madera más grueso que el esclavo llevaba en la cabeza unido a una cadena larga atada al tobillo y se usaba para inutilizar a la víctima, quien podría  sufrir días sin comer. Se empleaba con el fin de extraer confesiones.
El mundo gira:
En este caso se utilizaba un instrumento de hierro que tenía grandes y pequeños agujeros para los pies y las manos pegados a la inversa, es decir, la mano derecha con el pie izquierdo, mano izquierda para el pie derecho, así es esclavo quedaba en una posición dolorosa durante días, y eso podía acompañarlo la flagelación.
El gargalheira:
Fue, ampliamente utilizado en la época de la esclavitud, era una especie de collar de hierro y servía más como una advertencia de castigo y humillación, pues se ponía en la cabeza y el cuello del individuo, e indicaba que había cometido un acto de rebeldía o delito contra su amo.
SEVICIA Y MUERTE
Preguntarse hasta dónde llegó la crueldad en los castigos y torturas a los esclavos dejará muchos espacios vacíos,  pues al igual que se desconoce cuántos millones de africanos fueron víctimas de la trata trasatlántica, también se ignora el límite de los castigos y las torturas aplicadas contra ellos.
No obstante, la historia recoge hechos tan sobresalientes que impiden olvidar la monstruosidad de tales prácticas durante siglos.
Ejemplo de ello fue el caso de Madame Delphine LaLaurie, quien debió huir de Nueva Orleans en 1834 por las atrocidades cometidas contra sus esclavos, actuación que hasta llegó a desagradar al conglomerado sureño que medraba con la trata.
Su tétrica fama de asesina en serie involucrada con la tortura y muerte de sus esclavos, se develó durante un fuego en su residencia.
Su imagen pública se desmoronó totalmente en abril de 1834, cuando pobladores de New Orleans que ayudaban a rescatar heridos después de un incendio en su mansión en Royal Street, hallaron esclavos atados que mostraban graves maltratos.
Los testimonios tomados de las víctimas, heridas la mayoría, se referían a tormentos y otras prácticas macabras ejecutadas por la mujer, quien escapó a casa de unos familiares y luego cambó de nombre para evitar ser reconocida.
Tras la fuga de la asesina trascendió que nunca más se supo de aquellos esclavos que le fueron devueltos después de haber intentado escapar.
Más adelante un hombre de confianza de Madame LaLaurie confesó la existencia de una cámara de torturas  utilizada durante años por su dueña, que se divertía casi a diario atormentando a sus esclavos. «Nada le daba más placer», confirmó.
Madame LaLaurie , a la que desde entonces  se conoció como el monstruo de Louisiana, huyó antes de que pudieran procesarla judicialmente. Nunca la detuvieron y murió en París el 7 de diciembre de 1842.

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